jueves, 10 de marzo de 2011

Inspiración limeña 18: Pizcas de cielo

Después del tremendo bajón que me mandé ayer y luego de sentir consejos realmente reconfortantes, siento la necesidad en este preciso instante de hacer un diminuto homenaje a seres que todos nosotros fuimos alguna vez y que siguen viviendo en nuestros corazones y en los más recónditos recuerdos: los niños.

No hay nada como la sonrisa de un niño, no sólo te ilumina el día, te ilumina la vida”, lo leí explorando el acogedor espacio interniano de mi amiga Marlene y encendió esas ganas de hace muchas semanas de escribir algo sobre ellos.

Hace unos años, debo confesar que no tenía el mínimo agrado hacia ellos. No sé precisamente qué cambió mí. Lo más drástico que pude decir en aquellas épocas fue que deseaba ser soltera de por vida y no tener hijos. Pero qué tristeza la de esas palabras. ¿Sola? ¿Tantos años? ¿Sin nadie que espere al llegar a casa? Qué locura la de aquellos días. Hoy en cambio quiero encontrar a mi alma compartida sea donde esté y pasar algunos extraordinarios años juntos. Tener dos hijos; no tengo preferencia… sean mujercitas o pequeñísimos caballeros, no tengo nombres pensados, no tengo idea de cómo serán sus cuartos, se podría decir que no tengo nada para ellos más que un infinito amor reservado.

Nos iluminan la vida. ¿Qué sería de este mundo sin aquellas pizcas de cielo? Me atrevo a decir que no sería un lugar habitable para ningún ser humano normal; estoy segura que habría tanta crueldad y odio por las calles que cada segundo sería devastador.

Ver a un niño en plena acción de vida es como si alguien pusiera alto a nuestras vidas caóticas ¿o no? Nunca olvidaré aquel día que caminaba regreso a casa y vi salir de un vetusto micro a una señora con una hermosa niña en brazos que se despedía del cobrador; su mirada y su gesto fueron tan sinceros, tan dulces que me quedé atónita. ¿Quién se despide del cobrador? Muchas veces aquel ser repugnante que pone sus uñas mugrientas en tu cara pidiendo pasaje, que alza su brazo regalándote una oleada de repugnante olor axilar. Entonces ¿quién? Ella. Les presento a “alita de pollo” como lo bautizó su padre. La conocía sólo que en ese realmente mágico momento no la reconocí. No la había visto después de muchos meses y había crecido bastante. Esa niña, esa realmente hermosa niña, tiene algo, algo que no se encuentra a menudo. No sé como se dice en español o en cualquier lengua humana pero tiene un no-sé-qué. Algo que me escarapela el cuerpo.

"Alita de pollo" y su papá. Fotógrafa: PLS.

Así son los niños, tan sabios a mi parecer que los adultos ya olvidaron cómo entenderlos.

Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a alegrarse sin tener un motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todos sus fuerzas aquello que desea”Pablo Coelho.

Una de las cosas que más odio de la sociedad que hemos ido construyendo es la connotación actual de la palabra “niño”. Las personas que cargan varios años en sus espaldas pronuncian la palabra niño con cierto desabrido desprecio. Niño, ven para acá; no juegues con eso niño; sal de ahí niño. Como si no aceptaran su no experiencia y sus ansías por lo desconocido. ¿Dónde quedó nuestro niño? ¿Será que cada segundo nos cuesta su esencia? ¿Será ese el costo de la vida? No lo creo o por lo menos no lo quiero creer porque algunas veces uno tiene la suerte de conocer personas jóvenes de corazón y se da cuenta que es una elección personal, tal vez consciente o inconsciente.

Pero con qué facilidad se alegran los niños, con qué facilidad se impresionan, con qué facilidad despiden sinceridad, con qué facilidad regalan amor. ¿No sería bueno mantener eso de por vida? ¿En qué punto de la vida comenzamos a hacer lo contrario? Tal vez cuando miramos a nuestro alrededor y comenzamos a imitar a los adultos; esa maldita imitación pero inevitable.

Recuerdo mis pataletas cuando quería una muñeca. Pobres mi padres que tuvieron que soportar eso pero ¿qué niño no tiene pataletas? Yo sí recuerdo las ganas y energía ponía en ellas ¿Ustedes? Aún creo que tengo esa posterior determinación seguida del deseo pero no creo que todos sean así de afortunados. Tal vez no es cuestión de suerte sino de seguridad, de saber con todas tus fuerzas que seguirás con esas mismas ganas.

Es un homenaje a esas dulces pizcas de cielo. Un homenaje a sus grandes corazones que inexplicablemente caben en diminutas tangibles estructuras, un homenaje a sus sanadoras sonrisas y sus dulces besos, un homenaje a su sabiduría que muchos de nosotros olvidamos.

Pablo Coelho nombró tan sólo tres cosas pero creo que hay un millón más. Tal vez nunca descubriremos cómo es que son tan inteligentes siendo tan pequeños por lo que sólo nos queda creer en ellos. En Bali hay una tradición cuando el bebé cumple seis meses. Desde que nace hasta esa cantidad de meses no pisa la Tierra porque se cree que los niños son seres celestiales y que no pueden pisar algo tan sucio. En tal ceremonia se coloca sus diminutos pies en la Tierra por primera vez renunciando a su divinidad para ser como todos los demás… un mortal. Esto nos da una pista ¿no? Tal vez no llegamos mortales después de todo y en algún punto nos convertimos en uno.

Sólo trato de conseguir un respeto más profundo hacia ellos. No son lo que parecen o tal vez no son los que nos hacen creer.

Les escribe una admiradora,

Adiós.

2 comentarios:

  1. Mientras no haya maldad en tu corazón ni en tu mente, serás un niño de alma...

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  2. No, no. No puedes decir esas cosas: que son seres superiores, que siendo niño se conseguiría la paz. Por qué los niños apenas piensan, dicen las cosas aunque hagan daño, y no pueden hacer el amor.

    Que cada uno quiera vivir trabajando todo el día, comprando cosas y tomando cafés en Starbucks es su problema, pero ser niños no es la solución.

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