domingo, 15 de mayo de 2011

Inspiración limeña 23: Fortune


“Escuchá –dijo, abstrayéndose y mirando al techo, mientras chupaba su cigarrillo.

Se oyó una música patética y tumultuosa.

Luego, bruscamente, quitó el disco.

-Bah –dijo-, ahora no la puedo oír. Siguió preparando el café.

-Cuando lo estrenaron, Brahms mismo tocaba el piano. ¿Sabés lo que pasó?

-No.

-Lo silbaron. ¿Te das cuenta lo que es la humanidad?

-Bueno, quizá…

-¡Cómo, quizá! –gritó Alejandra-, ¿acaso creés que la humanidad no es pura porquería?

-Pero este músico también es humanidad…

-Mirá, Martín –comentó mientras echaba el café en la taza-, ésos son los que sufren por el resto. Y el resto son nada más que hinchapelotas, hijos de puta o cretinos, ¿sabés?”. (*)


Era jueves y estaba camino regreso a casa en la Ese. Era tarde y mis ojos se sentían rendidos. Mis manos estaban repletas de hojas con integrales, derivadas y superficies cuadráticas aunque de vez en cuando miraba a la calle y murmuraba algunas palabritas en alemán; bonita la sensación que causaba. En una de esas veces de distracción, justa ya en Caminos del Inca, vi a un chofer de micro que además de manejar, traía su yapita: fumaba. Al principio dije qué rico que me vendría un cigarrito para relajar los músculos de la espalda pero qué fea sensación en los pulmones me dejaría. Luego pensé ¡un momento! eso no está bien; atrás de él hay un vidrio donde está pegado un sticker de prohibido fumar según la ley no sé cuantos. Y solté un suspiro, no de amor sino de los frustrados que tienes que liberar para no causar daño a nadie. Qué porquería es la humanidad dije, tal como Alejandra lo dijo.

¿Se imaginan tener un reloj permanente al frente de sus ojos y ver como cada segundo pasa y pasa y, aún mucho peor, ser completamente conscientes que nada dura, que todo fluye de manera continúa? Tal vez esa sea mi elemento favorito de la fotografía: congelar momentos, situaciones, expresiones, sentimientos; porque sabemos que en alguna parte del tiempo ese momento, esa situación, esa expresión y ese sentimiento se esfumará o cambiará en otro para ser no necesariamente mejor al anterior.

No sé porqué mencioné lo anterior, tal vez sólo tenía que soltarlo para que encuentre un lugar en el mundo o tal vez tenga mucha relación con lo que pretendo escribir en esta ordinaria ocasión. No lo sé.

Es que no encuentro sentido alguno en lo que hemos construido los seres humanos en este mundo. Nos hemos llenado de motivadores exteriores que en lugar de llenarnos la vida, nos la aspiran. Dinero y más dinero. Cartones y galardones. Notas y más notas. Cosas y más cosas. No existen ya los abrazos ni los aplausos.

¿Dónde está la pasión? ¿Es que ya no es pensada? ¿El corazón? ¿Por qué ya nadie habla del amor? El único amor a la camiseta que conocemos es el literal. Amor a esos patitas que corren detrás de una pelotita, qué porquería es la humanidad.

En lugar de un ¿te gusta? hay un ¿te conviene?

¿Por qué hay robo? Por dinero. ¿Por qué hay envidia? Por dinero. ¿Por qué hay humillación? Por dinero. Y no sólo es el dinero, hay muchos otros factores que convierten esta sociedad en una jungla de cemento. Y esto pasa cuando no sabemos por qué hacemos lo que hacemos. Sólo lo hacemos para sobrevivir, porque para nada cuadra la palabra vivir. Trabajamos en lo que sea para ganar unos centavitos y seguir sobreviviendo es esta esfera que no entendemos del todo. Estudiamos una carrera que no nos gusta pero que nos conviene para asegurarnos unos cuantos billetes al mes.

La lucha ya no existe en el vocabulario de la gente porque para ser guerreros necesitamos un estimulante mucho más grande que cartones y dinero; esos dos idiotas no saben lo insignificantes que son; sin embargo, tal vez nosotros seamos más idiotas por no saberlo tampoco.

Hace falta pasión señores, y pasión gritada, o pensada a los gritos, o escrita a los gritos.

¿Por qué ser como quieren que seamos? ¿En verdad queremos ser como los demás quieren que seamos? ¿Dónde quedó la dignidad? ¿Por qué pensar que nuestros sueños son imposibles? Nos vamos por lo seguro y eso significa dos cosas; una renuncia legal de la felicidad y una cantante bienvenida a la tristeza. Eso explicaría el aburrimiento que sufre nuestra sociedad. Ahora se hace difícil encontrar personas con toda una buena historia que contar después de sus 10 décadas vividas. ¿Dónde quedó la confianza en nosotros? Cuando oímos fortuna la relacionamos directamente con papelito verde con olor singular.

¿Qué tal si cambiamos eso?

Que fortuna signifique un desafío vivido, un sueño logrado o una experiencia inigualable; dejando así un significado tangible para transformarse en tiempo consciente, gotas de sudor y una excesiva cantidad de placer.

¿Qué tal?

Hacer las cosas por una lucha. Hacer las cosas por una revolución de amor. Hacer las cosas por simple convicción y defensa de ideales, generando unión y fuerza. Eso es lo que nos falta o, tal vez sea mejor decir, lo que hemos perdido. Nunca es tarde para recuperar aquello que se quedó en el camino. Es triste ver a mis contemporáneos y ver tan sólo deseos materialistas. No digo que sea malo desear un carro, una casa, un buen sueldo; lo que es malo es que sea lo único que desees.

Ya es hora, es hora de preguntarnos: ¿qué es lo que verdaderamente importa en esta cortísima vida?


“Y Alejandra, mientras asentía con una sonrisa, le decía a Martín:

-El mundo es una porquería.

Martín reaccionó.

-¡No, Alejandra! ¡En el mundo hay muchas cosas lindas!

Ella lo miró, quizá pensando en su pobreza, en su madre, en su soledad: ¡todavía era capaz de encontrar maravillas en el mundo! Una sonrisa irónica se superpuso a su primera expresión de ternura, haciéndola contraer, como un ácido sobre un piel delicada.

-¿Cuáles?

-¡Muchas, Alejandra! –exclamó Martín apretando una mano de ella sobre su pecho-. Esa música… un hombre como Vania… y sobre todo vos, Alejandra… vos…

-Verdaderamente, tendré que pensar que no has sobrepasado la infancia, pedazo de tarado.

Se quedó un momento abstraída, tomó un poco de vodka y luego agregó:

-Sí, claro, claro que tenés razón. En el mundo hay cosas hermosas… claro que hay…

Y entonces, dándose vuelta hacia él, con acento amargo agregó:

-Pero yo, Martín, yo soy un basura. ¿Me entendés? No te engañés sobre mí.

Martín apretó una de las manos de Alejandra con las dos suyas, la llevó a sus labios y la mantuvo así, besándola con fervor.

-¡No, Alejandra! ¡Por qué decís algo tan cruel! ¡Yo sé que no es así! ¡Todo lo que has dicho de Vania y muchas otras cosas que te he oído demuestran que no es así!

Sus ojos se habían llenado de lágrimas”. (*)


Juguemos la vida,

Adiós.


(*)La princesa y el dragón de Ernesto Sábato

jueves, 5 de mayo de 2011

Al viento


Me gusta llevar la cabellera larga y que el viento alborote su tranquilidad para convertirlo en una danza de libertad. Es curioso. A veces se enredan por detrás. Tal vez piensen que no los veo. Tal vez piensen que pueden hacer lo que quieran. Siempre pierden al final. La danza se siente mucho mejor con un espectáculo como este. Escucho Revolution de The Beatles mientras el cielo celeste nos regala toda una gama de rosados pintadas en nubes desordenadas. Llegamos a Benavides y el cambio de dirección al Oeste nos encierra en cielos ya grises. La 126 está vacía. El avance lento por la acumulación de autos detiene la danza de libertad. Sólo nos queda esperar, sabemos que volverá. Esto es un simple tributo a lo insignificante.

lunes, 2 de mayo de 2011

¿Qué da igual?

Ojalá todos fueran simples peones sin la maldita capacidad de quejarse, sin la maldita capacidad de defender sus derechos. Ojalá sea dictadora y lograra transformar este escenario en mi palacio, con mis decoraciones y detalles. Ojalá. Todos tienen sueños y excusas, todos valen porque son personas y a las personas se les respeta. Yo tengo sueños y excusas; yo valgo. Puedo defenderme firmemente ante mis delitos imperdonables. Tú también. Y tú. Y tú también. Pero la verdad es que lo que jode a nuestra sociedad somos nosotros. Ojalá fuera dictadora y tratar a todos como mis amigos peones. Porque cuando casi fui atropellada por un señor calvo, blanco, con camisa ajustada y corbata estampada en su cuatro-por-cuatro, con una mirada indiferente y animal, en el exacto momento en que la luz era roja y gritaba mi sobredosis de seguridad para cruzar al otro lado me llené de furia. Es que él también tiene sueños y se merece la vida. Él también tiene derecho a violar imperdonables pero todo es excusable al fin y al cabo. Y yo también tengo derecho. Y tú también tienes derecho. Entonces no se qué hacer, porque si él está bien y yo estoy bien y tú estás bien ¿Quién carajo tiene la razón? Todos, según las leyes que nos manejan, todos y nadie puede sufrir las consecuencias. Todos y nadie… ¿qué da igual? Resignación.